El doctor Juan Gallo es el primer latinoamericano en lograr un prestigioso premio mundial en oftalmología, y el director del Instituto de Investigaciones en Medicina Traslacional CONICET-Universidad Austral. Junto con otros investigadores participaron de una jornada “Encuentros con la Universidad”, que promueve el CONICET.
Curiosidad, perseverancia, compromiso y vocación. Aptitudes todas de un investigador, y también de cualquier ser humano con pasión por alcanzar una meta, un sueño. Para los investigadores la búsqueda de la verdad es el suyo.
La Universidad Austral llevó a cabo la jornada Encuentros con la Universidad, un espacio que el CONICET promueve en distintas casas de altos estudios con el fin de dar a conocer su Programa de Promoción de Vocaciones Científicas (VocAr) entre los jóvenes universitarios que cursan sus carreras de grado. El moderador del encuentro, que contó con la organización de la Facultad de Comunicación en el marco del proyecto Crystnetwork, fue el profesor Reynaldo Rivera, investigador principal del este proyecto.
Domingo Tarzia, vicerrector de Investigación de la UA, fue el encargado de dar comienzo a la reunión que unió a alumnos con investigadores de la universidad que trabajan en conjunto con el CONICET. “Desde la Austral tratamos de despertar e impulsar las vocaciones científicas de nuestros alumnos”, comenzó Tarzia. “Y para lograrlo -continuó- es necesaria una institución que dé una beca, como el CONICET. Pero además se necesita un gran maestro, un maestro que tenga la vocación de formar a esa persona durante su etapa doctoral y postdoctoral”.
Tarzia consideró que doctorarse es “el comienzo de la vida”, ya que quienes se forman en investigación tienen posibilidades de continuar su camino en la ciencia, formando jóvenes en universidades, o trabajando en empresas o industrias.
Con esa línea coincidió el Dr. Juan Gallo, director del Instituto de Investigaciones en Medicina Traslacional (IIMT CONICET-Austral), un centro de conocimiento multidisciplinario que posee 14 líneas de investigación vinculadas a la biomedicina. Allí no sólo hay científicos desarrollando investigaciones a diario, sino también jóvenes becarios y pasantes trabajando junto a ellos. “Además, desde nuestro Instituto se han originado dos startups iniciadas por investigadores recibidos aquí, y se han aliado con empresas del sector de la biotecnología. Una demostración que dentro del marco también del CONICET y de la Universidad Austral existe una interacción muy fuerte con la industria. Esto es clave, lógicamente, sin perder la identidad propia de cada uno de sus actores”.
En un contexto donde se debate la inversión del Estado en la ciencia, el doctor Jorge Aquino, investigador independiente del CONICET y jefe del Laboratorio de Biología del Desarrollo y Medicina Regenerativa del IIMT, consideró clave que el Estado invierta en investigación y becas, como cualquier país que busca innovar: “De los proyectos de investigación básica, que pueden parecer ocultos, salen ideas a la luz que generan innovaciones fundamentales para el mundo. Si fuesen solo las empresas las tuvieran que financiar, quizás, muchas no verían la luz”.
“Nuestro país tiene dificultades, es clarísimo, pero no invertir en investigación es condenarse a la pobreza y al no desarrollo científico. Argentina tiene materia gris, hay muy buenos investigadores y tenemos grandes oportunidades para mejorar de la mano de la ciencia”, agregó Aquino.
Un largo camino
Para Lourdes Perea Muñoz, vicerrectora de Asuntos Académicos, el doctorado es un punto de inicio, no es un punto de llegada. “Se trata de un primer paso, en el que después uno tiene que seguir ganando autonomía y capacidad. Es un recorrido que hay que ir haciendo”, explicó. A la vez, consideró que no solo va de la mano con la vocación y de aportarle un sentido de servicio a la investigación, sino que debe sumarse al “proyecto de vida de cada uno”.
Finalmente, junto a la doctora Florencia Coronel, jefa del laboratorio de Dolor en Cáncer del IIMT e investigadora adjunta del CONICET, los alumnos enumeraron los atributos del perfil del investigador. A los ya mencionados al comienzo, los jóvenes sumaron disciplina, dedicación, adaptabilidad, flexibilidad, paciencia, y la habilidad de saber cuestionarse, comunicarse y trabajar en equipo.
“La curiosidad impulsa a que los investigadores nos hagamos preguntas. La investigación es una etapa de aprendizaje constante en la que surgen resultados y, a partir de ellos, construimos otra cosa. Los procesos son largos, un proyecto doctoral lleva cinco años. Hay que repetir los experimentos, y es aquí donde tenemos que evitar sentir la ansiedad de llegar a un resultado inmediato. Paciencia, disciplina, dedicación y perseverancia, a pesar de los obstáculos”, profundizó Coronel sobre el quehacer y la vocación científica.
“Hay millones de ejemplos en la ciencia de como uno plantea algo y después las cosas van surgiendo por otro lado, entonces hay que poder adaptarse y tener flexibilidad”, añadió. Al mismo tiempo, destacó la comunicación: “Los investigadores también somos comunicadores del fruto de nuestro trabajo. Cuando vamos a un congreso, escribimos un paper o nos presentamos en otros países. Y cuando dictamos una clase, porque muchos somos también docentes”.
Los jóvenes destacaron, por último, la pasión, sobre la que Coronel manifestó como una característica común y fundamental de todos los investigadores para seguir avanzando.
Fuente: Prensa Universidad Austral