Una cooperativa especializada en convertir residuos de poco valor comercial en productos reutilizables logró convertir polietireno expandido de descarte en perlas de telgopor, que pueden utilizar empresas constructoras para reducir el peso del hormigón. Para lograrlo, crearon e incorporaron innovaciones en producción y logística, en conjunto con la Universidad Nacional de Quilmes.
Alrededor de 45.000 toneladas de basura son desechadas a diario en la Argentina. Cerca de la mitad se genera en el área metropolitana de Buenos Aires, adonde se entierran a diario casi 20 toneladas de residuos. Para procesarlo, durante los últimos años se han intensificado los programas y la promoción del reciclado, aunque muchas veces el separado de estos materiales terminan abultando rellenos sanitarios. Aunque el 50% de los residuos secos que van a la basura podrían reciclarse, eso no ocurre porque no tienen mercado.
Son justamente esos residuos los que se convirtieron en la principal preocupación de quienes integran la cooperativa Reciclando Sueños, una iniciativa que surgió hace más de 20 años con un grupo de cartoneros que desde entonces se preguntan qué hacer con esos materiales, a los que denominan “residuos incómodos”, esos que no tienen valor comercial y su posibilidad de reutilización es menor. Es el caso, por ejemplo, de retazos de tela u otros desperdicios con muchos materiales, como filtros, neumáticos y algunos envases con etiquetas o pinturas sobre plástico.
“En los residuos nosotros vemos recursos, algunos más fáciles de vender que otros, pero todos lo son y hay que ver cómo transformarlos en dinero”, afirma Marcelo Loto, presidente de Reciclando Sueños, esta cooperativa en la que trabajan alrededor de 30 personas, que se ha convertido en una prestadora de servicios socioambientales especializados. Desde sus instalaciones en La Matanza, no solo juntan y clasificar el material de reciclaje, sino que también lo transforman en nuevos productos, y para eso diseñan e implementan distintos procesos e innovaciones productivas. “El caso más paradigmático que tenemos es el del telgopor, que es 100% reciclable pero que solo algunos reciclamos”, subraya Loto y estima que, en un 98% de los casos, este tipo de residuos termina en rellenos sanitarios.
“Hay procedimientos técnicos para poder reciclar el poliestireno expandido, pero, por cuestiones de logística y de costos, es muy difícil que sea utilizado por las cooperativas de recuperadores o por los sistemas de gestión de pos-consumo de residuos, ya que se trata de un material de mucho volumen y muy poco peso, lo que hace que su transporte sea carísimo y que por eso no se haya armado una cadena de valor estable sobre ese material”, explica el antropólogo Sebastián Carenzo, que es investigador del CONICET y del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (IESCYT-UNQ). Carenzo trabaja con esta cooperativa desde el año 2004, cuanto todavía era investigador en el Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (ICA-FFyL-UBA).
“Es interesante ver cómo estas prácticas populares a veces ponen en cuestión ciertas categorizaciones y construyen otras, y cómo eso se plasma o no en políticas públicas y en acciones de términos más prácticos. Trabajamos a nivel de cómo se elabora una práctica experimental y de innovación más popular, y cómo se legitima esa práctica que en estos casos son hechas por actores que carecen de los capitales simbólicos y económicos que a priori se le asignarían a alguien que está dedicado a innovar en ese campo”, agrega Carenzo. El investigador recuerda que empezaron a trabajar más en la cadena de valor desde la cooperativa, adonde había mucha experiencia y conocimientos propios que fueron elaborando en su quehacer cotidiano. “De repente, fabricaban un molino y convertían el motor de un transformador de una heladera vieja en una soldadora que les permitía avanzar”, ejemplifica el antropólogo, y afirma que fueron fortaleciendo el trabajo con proyectos de vinculación tecnológica y financiamientos como el PROCODAS, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, para desarrollar herramientas, procesos y maquinaria que permitiesen avanzar en el tratamiento de esos reciclables “incómodos”, como el poliestireno expandido, que en general vuelve a ser desechado y se convierte en relleno sanitario.
Cuando ese material llega a Reciclando Sueños, en cambio, se convierte en lo que denominan “perlas de telgopor”, que luego le venden a empresas constructoras que las usan para alivianar el peso del hormigón. De ese modo, en la cooperativa no solo crearon un nuevo producto sino también un mercado que antes no existía (ya que en general se utilizan perlas hechas de material virgen). Para ello, diseñaron e implementaron una planta de procesamiento adonde cortan y trituran el material de descarte, que actualmente proviene, principalmente, de empresas, colegios, cooperativas y lo que se conoce como grandes generadores de residuos.
“La primera lógica fue pensar que, si era poliestireno expandido, se podría desespandir para volver a transformarlo en poliestireno. Logramos armar ese proceso, pero utilizaba mucha energía y no era rentable. Entonces, tuvimos que buscar otro proceso y fue ahí que buscamos la forma de transformarlo en perlas para hormigón”, recuerda Loto. Para desarrollar el sistema que les permitiese obtener esas “perlas” trabajaron durante más de un año. “Primero, hicimos una máquina que picaba el material pero no lo dejaba hecho esferas. Tuvimos que hacer prueba y error muchas veces, y también intentar con procesos diferentes, hasta lograr que queden esferitas de poliestireno expandido, con el aire adentro, que sirvieran para usar menos material en las construcciones”, admite Loto, y agrega que también tuvieron que armar la logística para vender las bolsas del nuevo material producido.
“Diseñamos todo un proceso para ponerlo en valor: tuvimos que generar un mercado y, en paralelo, ocuparnos del packaging, transformar el material, convertirlo en producto y adecuarlo al uso que se le va a dar”, recuerda. Actualmente, también están haciendo caños plásticos, láminas y bolsas para distintos usos, y están trabajando en distintos procesos para elaborar otros productos como ladrillos, tejas y chapas, con materiales como caucho, textiles y plásticos multilaminados.
Los productos que elabora esta cooperativa son comercializados a través de diferentes canales, entre los cuales hay vendedores, algunas plataformas digitales y el boca a boca. Además, la cooperativa ofrece servicios de transporte y tratamiento de residuos, incluido el de aparatos eléctricos y electrónicos, para lo cual están certificados. Las empresas que les compran pueden emitir un certificado oficial de trazabilidad de los residuos, conocido como certificado de Destino Sustentable, acreditado por el Organismo Provincial de Desarrollo Sustentable (OPDS), que ahora es parte del Ministerio de Ambiente de la Provincia.
“Esa certificación es muy importante para las empresas porque permite acreditar el trabajo que se está haciendo sobre los residuos y, por ejemplo, para las normas ISO 14.000, prueba la reducción del índice de reciclabilidad de la empresa, a partir de la contratación de los servicios de la cooperativa, que a veces pasa del 7 al 28%”, subraya Carenzo y agrega que eso también fortalece la labor de la cooperativa y justifica el valor de sus servicios.
Eso también es relevante ya que lo primero que piensan muchas empresas es en donar los residuos, “pero no solo hay un trabajo que hacer, también es importante poner en valor el trabajo experimental, ya que experimentar e innovar requiere recursos, económicos y de tiempo, y como el sujeto que lo hace es una cooperativa, muchas veces no se tiene en cuenta”, advierte el investigador y agrega que una de las principales trabas que deben afrontar este tipo de proyectos es conseguir tiempo y recursos que permitan darles continuidad.
“Los procesos resultan muy discontinuos, a veces tienen mucho impulso y condiciones que les permiten avanzar y, en otras oportunidades, tienen que quedar en segundo o tercer plano porque hay otras urgencias que atender, pero si se contara con líneas más estables que permitieran sostener, apoyar y fortalecer esos procesos, seguramente también habría resultados más efectivos y transversales”, advierte Carenzo, y lamenta que no haya hay líneas de financiamiento que permitan desarrollar la innovación que está contenida en estas prácticas experimentales.
“Es una inversión de la propia cooperativa, de dedicar tiempo y esfuerzo para poder trabajar con estos materiales, que veían pasar frecuentemente por sus manos y se desesperaban pensando en qué hacer con ellos”, explica Carenzo, y destaca que lo más interesante de estos desarrollos es que no solo sirven para generar más ingresos a la cooperativa, sino que también generan efectos que atraviesan a toda la sociedad, porque minimizan los residuos que hoy se entierran e incorporan esos materiales a nuevos circuitos productivos, algo que considera “un imperativo estratégico” para quien quiera hacer una economía circular desde los territorios.
Loto resalta el vínculo “inquebrantable” que han formado con los y las investigadoras que se acercaron a ellos hace muchos años para estudiar el fenómeno cartonero, con quienes han tenido la posibilidad de aprender pero también de enseñar: “El trabajo con la universidad nos permitió entender que somos un grupo de personas detrás de un objetivo y que todos somos importantes”, destaca. Y concluye: “Cuando nosotros vemos basura, pensamos en ropa, comida y estudios para nuestra familia, y con esto creamos nuestro empleo. Por eso tenemos una máxima que dice: ‘reciclando basura recuperamos trabajo’”.
Por Vanina Lombardi
Fuente: Agencia TSS –