TSS estuvo presente en la cumbre científica Falling Walls, un evento que se realiza todos los años en la capital de Alemania en el marco de un nuevo aniversario de la caída del muro. En esta nota, conversamos con participantes de América Latina sobre sus proyectos para reducir brechas, las problemáticas en común y la situación actual de la ciencia argentina.
Ingresar al Café Moskau, sede de la Cumbre Científica Falling Walls, en Berlín, produce una inmediata sensación de bienestar. En primer lugar, porque la calidez del lugar alivia de inmediato a quien ingresa de las frías temperaturas del otoño berlinés, que en noviembre rondan los 0°C. Y en segundo lugar, por el espíritu alegre y jovial que caracteriza el encuentro, con miles de participantes de diversas partes del mundo haciéndose una misma pregunta: ¿Cuáles son los próximos muros a derribar entre ciencia y sociedad para seguir construyendo un mundo mejor?
La cumbre científica organizada por la Fundación Falling Walls, una organización alemana sin fines de lucro, se realiza anualmente del 7 al 9 de noviembre en el marco del aniversario de la caída del Muro de Berlín. TSS estuvo presente en esta nueva edición, que reunió a unas 2000 personalidades destacadas de la ciencia, la política y la sociedad bajo el lema “¿Cuáles son los próximos muros a derribar?”. En el congreso, los participantes exploraron nuevas formas de abordar desafíos globales como el cambio climático, acceso al agua potable, transición energética, Inteligencia Artificial y los nuevos cambios en la geopolítica mundial. Este último fue un tópico muy presente debido a las elecciones en Estados Unidos, que otorgaron la victoria a Donald Trump.
“En estos tres días, agregamos muchos cuestionamientos de las ciencias sociales a los fantásticos logros de las ciencias cuantitativas y los descubrimientos de telescopios espaciales. Esto es porque necesitamos entender de dónde viene el giro a la derecha en el ámbito político, los mecanismos que erosionan la confianza en las instituciones y cómo podemos construir la resiliencia de las democracias. Para eso, necesitamos que todos ustedes ayuden a cambiar el mundo para mejor utilizando el conocimiento y las conexiones que hagan en estos días. ¿Podrán hacerlo?”, instó a la audiencia Andreas Kosmider, director general de la Fundación Falling Walls durante el congreso.
El primer día del congreso estuvo dedicado a los “Pitches”, un formato en el que científicos y emprendedores de todo el mundo disponían de apenas unos minutos para contar o “vender” su proyecto a un jurado internacional, que luego debía elegir al descubrimiento del año en cada una de las tres categorías: Lab, destinada a conocer ideas innovadoras de jóvenes científicos; Venture, que reunió a empresas emergentes en distintos campos (por ej., una que buscaba innovar en terapias celulares para revolucionar el tratamiento del rechazo de órganos); y Engage, enfocada en el vínculo entre ciencia y sociedad.
El segundo día, en tanto, estuvo dedicado al formato “Falling Walls Circle”, compuesto por una serie de paneles y mesas de debate sobre temas como seguridad alimentaria, el potencial transformativo de la inteligencia Artificial, acceso a la salud y el impacto de las elecciones en Estados Unidos. Finalmente, el ultimo día tuvo como protagonistas a los “Science Breakthroughs of the Year”, donde expertas y expertos reconocidos a nivel mundial expusieron sobre los grandes descubrimientos científicos del año.
Ciencia latina: grandes ideas, escaso presupuesto
Para llegar a presentar un proyecto en cualquiera de las categorías de “Pitches” durante el congreso de Berlín, los participantes tienen que resultar ganadores en una instancia previa de la competencia que organiza Falling Walls en distintas partes del mundo. En esta edición, los proyectos latinoamericanos presentados en Berlín fueron alrededor de una decena. “Todavía son pocos los proyectos latinoamericanos que llegan a esta instancia, lo cual demuestra que más allá del esfuerzo que le ponemos y la extraordinaria ciencia que hay en Latinoamérica, estamos a mundos de distancia”, dijo a TSS el biólogo y divulgador argentino Diego Golombek, investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, que fue invitado como parte del jurado internacional para la categoría Engage.
Golombek contó que una de las cosas que más lo sorprendían era comparar la mirada que tienen del otro lado del Atlántico sobre la ciencia como herramienta para mejorar el mundo y volverlo más inclusivo y sustentable, mientras que en países como Argentina la situación es muy distinta. “En nuestra región tenemos proyectos extraordinarios pero lamentablemente estamos muy lejos, no solo por una cuestión presupuestaria, sino también ideológica de cuál es el lugar que ocupa la ciencia y la tecnología en una sociedad avanzada”, remarcó.
En ese sentido, reflexionó: “La verdad es que estando acá, más allá de que uno se maravilla con todo lo que ocurre en la ciencia, también se deprime bastante porque mientras escuchamos proyectos que se ejecutan en las fronteras de la ciencia, desde Argentina nos llegan noticias como la de que un miembro del directorio de CONICET renunció porque hay persecución ideológica de becarios e investigadores. Creo que más allá de las protestas y movilizaciones que se vienen haciendo y que son muy necesarias, estamos desorientados”.
Para el investigador, ese desconcierto tiene que ver con dos factores. Por un lado, la decadencia presupuestaria, con recorte de subsidios para investigar, bajos salarios y universidades desfinanciadas. Y por el otro, el ataque y el cuestionamiento a la importancia de la ciencia por parte del gobierno Nacional. “Considerar que la ciencia es un fenómeno inútil y que los científicos no son actores clave para el desarrollo de una sociedad es algo nuevo y no sabemos cómo responder. Tenemos que salir a la calle no solo a manifestarnos sino a contar qué ciencia hacemos y por qué”, sostuvo Golombek. Y remató: “En Argentina hay ciencia de primerísimo nivel, que es la envidia de otros lugares del mundo. No podemos dejarla caer porque si se cae, se cae nuestro país”.
México: Huertos Escolares para la inclusión
Una de las representantes latinoamericanas en el congreso Falling Walls fue la astrónoma y divulgadora mexicana Oriana Trejo Álvarez, que presentó el proyecto de “Huertos Escolares”, gestado en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), de México. Esta iniciativa busca involucrar a estudiantes provenientes de comunidades marginadas de la Ciudad de México en el armado y mantenimiento de huertas, con el objetivo de trabajar su confianza en sí mismos, enseñar ciencias de una forma más amena y reducir la alta deserción escolar: se estima que en el país alrededor de 1.700.000 estudiantes dejan la escuela cada año.
“Trabajamos con escuelas que se encuentran en zonas periféricas de la ciudad, que son zonas violentas, de mucha pobreza, donde los estudiantes son propensos a dejar la escuela. Muchos son los primeros en la familia en alcanzar este nivel de educación pero es muy probable que terminen abandonando, muchas veces por escasez de recursos financieros pero también por la falta de confianza en lo que son capaces de hacer y por ver a la ciencia como algo muy lejano y difícil de alcanzar”, explica Trejo Álvarez, que integra el equipo de la Dirección de Comunicación del Conocimiento de la UAM que creó el proyecto.
La iniciativa Huertos Escolares surgió hace tres años y ya ha logrado conectar a más de 600 estudiantes y profesores de universidades. Se basa en tres elementos: propiciar un diálogo horizontal, valorar los conocimientos comunitarios y crear espacios inclusivos donde todas las voces puedan ser escuchadas. “Este proyecto va más allá de cultivar plantas: son lugares donde en realidad estamos cultivando comunidades. Al ponerlos en contacto con el suelo y a cargo de otros seres vivos, los estudiantes sin notarlo están aprendiendo biología y química, al tiempo que adquieren habilidades socioemocionales como liderazgo, resiliencia y trabajo en equipo; y habilidades técnicas como jardinería, compostaje y prácticas de economía circular”, precisó la investigadora.
Los estudiantes también tienen talleres donde aprenden a crear algunos productos, por ejemplo, a partir de la cosecha de hierbabuena y manzanilla, elaboraron bolsitas de té para comercializar. En muchos casos, las familias y vecinos de los estudiantes se involucraron en el proyecto y quisieron tener sus propias huertas. Por eso, se trabajó también en la creación de infografías online para que cualquier miembro de la comunidad pueda empezar y mantener sus cultivos.
“Lo que vemos es que cada vez se sienten más en confianza y ya no están reprobando las materias como antes. También tenemos a los primeros estudiantes que, luego de haber sido parte de estos proyectos, van a empezar la universidad. Muchos nos decían ‘es la primera vez que toco la tierra’. Creo que han aprendido a ver su realidad de una forma distinta”, señala Trejo.
Actualmente, están buscando fondos nacionales para poder replicar el proyecto en más escuelas y para llegar a otras comunidades como niños sordos, personas ciegas y adolescentes que habitan centros penitenciarios. “Nuestro objetivo final es que se sientan empoderados y decidan continuar estudiando pues creemos que la educación es lo que nos va a ayudar a cambiar y resolver los problemas globales como el cambio climático y muchos más de los que estamos hablando acá en el congreso”, afirmó.
Colombia: Laboratorio ciudadano para ordenar el caos
“Bogotá es una ciudad devorada por el caos, en la que más de diez millones de personas pelean por su espacio en una metrópolis sofocada por su propia expansión”. Así inició su pitch María Cristina Díaz Velázquez, presidenta ejecutiva de Maloka, primer museo interactivo de Colombia que fomenta la pasión por el aprendizaje a partir de estrechar lazos entre ciencia, tecnología, innovación y sociedad. Desde allí, surgió el proyecto “CiuLab Bogotá” que busca potenciar la investigación participativa y proyectos de ciencia ciudadana para apuntar a tener una ciudad más sustentable.
En Bogotá, se producen 7.500 toneladas de basura por día y altos niveles de emisión de dióxido de carbono debido a la circulación diaria de más de tres millones de vehículos. Todo esto, produce un impacto negativo en la vida cotidiana, como la contaminación de los reservorios de agua potable, que también escasean por el problema de la sequía. “Este laboratorio fue concebido para desarrollar procesos de experimentación con la ciudadanía y avanzar en tres grandes asuntos: la movilidad sostenible, la cultura ciudadana y la economía circular”, cuenta Díaz Velázquez.
El proyecto, desarrollado con el Instituto de Desarrollo Urbano de Bogotá, ofrece una plataforma de colaboración entre los ciudadanos y el gobierno para abordar los desafíos locales. Está basado en tres grandes momentos: “Situar”, que implica identificar los problemas a trabajar como la producción de residuos a gran escala; “Idear”, que apunta a encontrar posibles soluciones; y “Prototipar”, que busca co-crear esas soluciones a partir de la experiencia adquirida en Maloka junto con el conocimiento de los ciudadanos.
Hasta el momento, 457 ciudadanos contribuyeron al proyecto con su conocimiento de la ciudad y 102 trabajaron en la etapa de co-creación. “Estuvieron con nosotros durante más de tres meses trabajando en un voluntariado para definir cuáles eran las experiencias que iban a estar en el museo. El resultado puede verse en una exposición de más de 130 metros cuadrados pero lo más interesante ha sido entender que el conocimiento sobre la ciudad es construido por la misma ciudadanía y que no solamente el Estado es el responsable de resolver los problemas sino que todos podemos crear herramientas para transformar esta ciudad del caos en una ciudad un poquito más verde”, indicó Díaz.
Uno de los proyectos que surgió de este laboratorio de ideas fue la concepción de un jardín comunitario llamado “Uaque”, que en lengua del pueblo indígena muisca significa comunidad. Para ello, se organizaron para recolectar basura orgánica y, junto con una universidad, trabajaron en fabricar una herramienta para medir la cantidad de basura que recuperan. También lograron cultivar más de 50 especies comestibles e involucraron a más de 30 unidades familiares.
“El objetivo también es reconocer que, más allá de los centros de investigación que tenemos en el país, hay un conocimiento que se gesta en las comunidades, que se hace de forma participativa para transformar la realidad inmediata. Nosotros creemos que este es un modelo escalable para otros barrios de la ciudad y la administración local está viéndonos como una prueba piloto que se puede desarrollar en otras áreas de la ciudad. Ojalá que así sea”, afirmó Díaz.
Bolivia: Tecnología para salud mental en infancias
Otro proyecto latinoamericano presentado en Falling Walls fue el de la participante boliviana Raquel Calderón, estudiante avanzada de Ingeniería Biomédica en la Universidad del Valle. Calderón trabajó en el desarrollo de un dispositivo para medir la capacidad cognitiva en niños que tienen trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastorno del espectro autista (TEA) o discapacidad intelectual. De esta manera, apunta a diseñar herramientas tecnológicas que permitan mejorar el diagnóstico y tratamiento de estas patologías.
“Hay mucha gente que tiene TDAH pero no lo sabe porque no suele hablarse de salud mental pues sigue siendo un tema tabú. Sin ir muy lejos, en estos días se me han acercado unas veinte personas que me han dicho ‘tengo TDAH, de chico no sabía y por eso no pude desarrollar mucho mis capacidades’. Por otro lado, como hago un voluntariado con niños con discapacidad y autismo, he podido analizar qué necesitan y para ellos es importante tener algo físico para trabajar porque les gusta presionar botones y ese tipo de cosas”, contó Calderón, luego de dar su pitch en la categoría Labs.
El dispositivo tiene la forma de una caja cuadrada con botones de colores que cabe entre ambas manos. Utilizando una tecnología innovadora basada en distintas interfaces y herramientas de inteligencia artificial, contiene un conjunto de pruebas cognitivas relacionadas con temas de memoria, atención, velocidad mental, reconocimiento de patrones de objetos, coordinación visomotora, estimulación táctil, visual y auditiva.
“De momento ya tengo la cajita que es el prototipo inicial. Pasó por varias versiones y ésta última funciona con baterías en vez de tener que conectarla, para que sea más segura para los niños. Tiene siete juegos pero me gustaría agregarle muchos más, que ya están en proceso”, señala Calderón. Además, si bien inicialmente lo pensó como un dispositivo para centros a los que asisten niños con TDAH o TEA, está analizando la posibilidad de que también pueda usarse en los colegios como forma de estimular la capacidad cognitiva de los niños.
Por otro lado, cuenta que en las pruebas realizadas hasta el momento, ha tenido muy buena aceptación por parte de los niños. “El día que lo presenté en mi ciudad, varios se me acercaban y me decían ‘¿lo puedo probar?’ ‘¿Puedo hacer esto?’ Y fue bonito porque a veces los tratamientos que tienen que hacer son tan lineales que se vuelven tediosos para ellos. Eso hace que pierdan el interés y ya no quieran hacerlos. Por eso, el propósito de mi proyecto es que sea lo suficientemente llamativo como para que los chicos se diviertan y quieran seguir con sus tratamientos”, finalizó Calderón.