El «Coya» Agüero: Un Baluarte de Buena Parada, Más Allá de la Cancha

La vida tiene esas vueltas inesperadas, de esas que te depositan en un lugar impensado y lo convierten en tu hogar para siempre. Así le sucedió a Roberto «coya» Agüero, aquel muchacho salteño que, tras un paso por la base militar de Punta Alta, encontró su destino en Buena Parada, Río Colorado. Quién diría que ese joven, quizás sin imaginarlo, echaría raíces tan profundas en uno de los barrios más populares de nuestro pueblo.

Su llegada a la cooperativa eléctrica local fue el ancla que lo afianzó en este rincón del mundo, donde no solo construyó su presente laboral, sino también una hermosa y numerosa familia. Para quienes crecimos a su lado, como yo, Roberto era mucho más que un vecino. Para mis ojos de pibe, fue uno de los defensores más aguerridos y elegantes que vi vestir una camiseta.

Recuerdo las gastadas de chico, vivíamos pared de por medio: «Qué hacés, Promociones Miné!». Era por una idea de «Luchín» Tanos y mi viejo para propalar publicidad. Hoy, la historia que merece ser contada es la tuya, la del «coya».

Alto, fornido, con una melena indomable y una barba que le daban un aire imponente, Roberto era un espectáculo aparte. Pero la verdadera magia sucedió cuando la pelota comenzaba a rodar. Era un doctor en la zaga central, un baluarte que vestía con orgullo los colores del «fortín». Más adelante, también defendió con pasión los colores del Club Deportivo y Cultural de La Adela, aunque intuyo que su corazón siempre latió por su «clu». Su estilo era único: salía jugando, con la redonda pegada al pie, una elegancia sorprendente en un puesto que a menudo exige rudeza.

La historia de Buena Parada y la del «coya» no siempre estuvo adornada de victorias. Hubo tiempos difíciles, derrotas amargas que parecían no tener fin. Y fue precisamente en esos momentos cuando la figura de Roberto, junto a tantos otros, se agigantaba. Dieron batalla en partidos inolvidables contra rivales de la talla de Independiente, Atlético, Villa Mitre, «Juventú» o Defensores, dejando el alma en cada jugada.

Luego llegó el inevitable retiro de la práctica activa, y sé que en su interior anida una tristeza silenciosa. Quizás porque en los homenajes que se realizan, su nombre no siempre resuena con la fuerza que su entrega mereció. Conociéndolo, jamás dirá una palabra al respecto.

Pero el tiempo no debería borrar de la memoria a quienes, como Roberto «coya» Agüero, dieron tanto por su comunidad, por su club, incluso cuando las cosas no eran fáciles. Aún lo veo en mi mente, dirigiendo la defensa con esa autoridad que lo caracterizaba, ordenando y dejando para la posteridad esa frase que lo pintaba de cuerpo entero: «muchachos, adentro de la cancha somos recagones, recontracagones no hablamos, no decimos nada, pero la pata la ponemos firme».

Su hermano René, un «cinco» de esos que jugaban en serio, también dejó su huella. Después conocimos al «Tito», al «Dani», tardes de verano defendiendo los colores de los «Toritos» contra la «Nueva Estrella». Recuerdo su presidencia en la junta vecinal del barrio, aquel 18 de septiembre donde la lluvia amenazó con arruinar la fiesta en la vieja pista de baile, obligándonos a improvisar un nuevo escenario. Pero con esfuerzo, salimos adelante.

Susana cruzó para la escuela, te fuiste como todos los días caminando a la cooperativa, la pala te espera. Ariel empieza este año en el jardín. Me siento frente al televisor blanco y negro, «Lubi» Gumilar va a preguntarte en tu rol de capitán cómo te sentís para la final de este torneo tan anhelado, y tu respuesta, marcada por el cansancio de la rutina expresa: «los muchachos me respetan muy mucho pero no nos podemos confiar».

Un abrazo grande, hermano. Nos debemos ese puchero en casa de la vieja o un buen guiso de arroz para recordar viejas épocas y que, como antes, salten los sapos en los charcos después de la lluvia. Tu historia, «coya», merece ser contada y quizás la posteridad sepa que sos y seguirás siendo un valuarte en el barrio de la quema.

Gentileza: Nación Escriba