El historiador Julio Vezub comenta una carta conservada en el Archivo General de la Nación, y que según su propio autor, fue escrita con sangre.
Julio Vezub
Director del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas, CONICET.
Profesor titular en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco
Un documento excepcional se conserva en los depósitos del Archivo General de la Nación. Se trata de la carta escrita con sangre que José María Bulnes Llanquitruz, principal referente de las jefaturas mapuches, pampas y tehuelches dirigió al comandante del fuerte de Carmen de Patagones Benito Villar. El texto de la esquela es el siguiente:
“N° 1
Sor Don Benito Billar; Mayo 1856
Mi rrespetado S.
Me alegrare lo pase sin nobedad y rrespetado S. aun qi [aunque] yo no lo conosco pero mi deseos son del conoserlo el motivo del faltarle a ber atensiones [ilegible] por que yo no estava [nunca] y lo qe deseo se agan las pasez ni puedo que sea ordeno vean lo qe megor les parescan tambien yo de mi parte como escrivano es lo qe deseo se agan las pasez ay le mando aser obseqio. Lo agarren prisionero yo tengo una familia entera y acavare con el
Llanquitruz debía su bautismo cristiano a su cautiverio infantil en Chillán cuando le dieron el apellido del general Manuel Bulnes, presidente de Chile entre 1841 y 1846 que había tenido una intervención destacada en la “Guerra a Muerte” que enfrentó a realistas y patriotas con mapuches alineados en ambos bandos después de las revoluciones de independencia. Como comandante de frontera Bulnes había sido aliado de Cheuqueta y Chocorí, padre y tío de Llanquitruz. Entonces, el cautiverio de niño podría deberse a los intercambios de rehenes y padrinazgos que se practicaban para anudar vínculos entre los grandes hombres de frontera.
Llanquitruz dictó esta carta de mayo de 1856 a José María Marques Bravo, el valdiviano que ofició como secretario de los principales caciques de los ríos Limay y Negro durante las décadas de 1850 y 1870. La misiva que superpone las voces del dictador y su escribano abre el intercambio de correos, rehenes y negociaciones que continuaron al malón de Llanquitruz, que buscaba reanudar los acuerdos rotos con las autoridades bonaerenses a partir de la destitución de Juan Manuel de Rosas. El cacique manifiesta su voluntad de hacer las paces en la frontera, cuantifica las fuerzas que lo acompañan y utiliza una fórmula original al ofrecer al comandante que “agarre prisionero” un regalo, seguramente ganado, ya que de no aceptarlo lo iba a consumir su numerosa familia.
Se sabe por un informe de Benito Villar a Bartolomé Mitre, entonces ministro de Guerra y Marina de la Provincia de Buenos Aires, que “…se presenta un parlamento de Yanquetruz proponiendome la Paz y entregandome la carta adjunta N° 1 escrita con sangre que se infirió este cacique por falta de tinta”, dato que se repite en otra carta de Llanquitruz del 9 de junio del mismo año desde Cubanea, también sobre el río Negro, de la que solo se conserva una copia que reza que “A falta de tinta le escribo de esta, atentamente me humillo a V.S. y le mando haciendas (…) No tengo más de una sola palabra”.
Recientemente, una muestra pequeña de papel de la carta N° 1, extraída allí donde una gota dejó una mancha, fue analizada en un laboratorio de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA por encargo del Archivo General de la Nación. Primera constatación: el cacique no miente ya que la tinta rojiza contiene hemoglobina humana.
Al escribir su carta con sangre o molfün Llanquitruz encomendaba su persona a las autoridades fronterizas. Como parte de una sociedad temerosa del kalkütun o brujería, el joven cacique sabía que se exponía a los peores riesgos.
“Carta del cacique José María Bulnes Llanquitruz al comandante de Carmen de Patagones”. Archivo General de la Nación, fondo Ministerio de Guerra y Marina. Código: AR-AGN-MGM01-1450
Las negociaciones abiertas con la carta darían lugar en mayo de 1857 al “arreglo comprendido en los quince artículos” entre dos entidades, “el cacique del Sud” que esta vez firmó de su puño y letra y “el Gobierno del Estado de Buenos Aires”, que reconocían sus límites territoriales y consentían ambiguamente la autonomía indígena hasta desgastarla (AR-AGN- MGM01-1990). Al año siguiente asesinaron a Llanquitruz en una pulpería de Bahía Blanca para vengar una víctima de un malón anterior al arreglo y la carta con sangre, cuando él y su primo Saygüeque ultimaron a la dotación del cantón de San Antonio de Iraola en 1855. De ese raid en territorio bonaerense, que su linaje consideraba propio, queda la memoria de José M. Lonquitué según la cual Llanquitruz “era un mapuche guapo” al que no alcanzaban las balas y a quien seguían muchos caciques. Agrega Tomás Guevara, quien recogió esta narración en 1911, que LLanquitruz “…murió de repente por huecufutun [acción invisible de un huecufu, ser o fuerza], que ya habría cumplido su plazo. Todo cuchillero tiene su tiempo limitado. Este entró en Cura Malal a hacerse langemtufe (matador, valiente)”.
Los peores temores de Llanquitruz se habían cumplido en 1858, las protecciones y pactos con fuerzas numinosas y terrenales no fueron suficientes y su sangre como garantía de pacificación tampoco. No obstante, el acuerdo entre el Estado y los parientes que lo sucedieron en el cacicazgo duraría más de veinte años hasta que las tropas de la República Argentina decidieron romperlo, transgredir la línea del río Negro e invadir el territorio mapuche, pampa y tehuelche en 1879. He aquí la segunda constatación a partir del documento: el pacto entre las jefaturas indígenas del norte de la Patagonia con el Estado está fundado en sangre que se conserva en el Archivo General, que es a su vez el soporte material de la memoria de la Nación, esta vez en su doble condición de representación textual y archivo genético de la autonomía mapuche.
Fuente: Ministerio del Interior