Un viaje al Camino de los Pulperos en la Patagonia para conocer la historia de un oficio que aún hoy sigue dando sustento a numerosas familias y es acervo de saberes y tradiciones. Ligada fuertemente al cuidado ambiental y el respeto de los recursos y su hábitat, la pulpeada transita entre las mareas y es parte de la génesis de la pesca artesanal.
El oficio del pulpeo o de la pulpeada (como suelen decirle quienes lo practican) consiste en recolectar los pulpos -tehuelche y colorado- que se refugian en las hendiduras de las restingas o debajo de las rocas que quedan al descubierto cuando baja la marea. En mareas bajas, una amplia franja costera, el intermareal, se descubre durante unas pocas horas. Los pulperos dependen por completo de las mareas para tener éxito en sus capturas y prestan gran atención a los horarios de bajamar, revisando las tablas de mareas una y otra vez. También están pendientes de los vientos, cuya dirección e intensidad puede hacer que la marea baje o suba más -o menos- de lo esperado, y de la luz natural, para poder observar los signos del ambiente que indican la presencia del pulpo. La combinación de estos factores determina el momento adecuado para “entrar a la marea” (caminar por el intermareal) y el momento en que hay que volver a casa.
- Signorelli, pulpero de Península Valdés (foto de 2016). Crédito: A. Cinti.
- Signorelli, pulpera de Península Valdés (foto de 2016). Crédito: F. Marin.
El origen
El inicio de la pulpeada en los golfos norpatagónicos (golfos San Matías, Nuevo y San José) se remonta a la década de 1920, en las costas del golfo San Matías, provincia de Río Negro, por la incursión de un pescador nativo de San Antonio Oeste (SAO), de nombre Valentín Galdo, hijo de un inmigrante gallego que decidió establecerse en esa ciudad por la semejanza del paisaje con el de la Ría de Vigo.
Con el pasar de las décadas, los Galdo (primero Valentín y luego su hijo José) lograron organizar y escalar la extracción del recurso pulpo a su máximo nivel histórico en la localidad, en cantidad de gente ocupada, volúmenes de pulpo extraídos y extensión geográfica de la actividad. Los Galdo eran acarreadores, nombre dado a quienes organizaban la operatoria, “acarreando” a pulperos y pulperas a distintos parajes de la costa y proveyéndoles víveres esenciales, a cambio de ser los únicos compradores del pulpo extraído. Los Galdo acarrearon durante aproximadamente 50 años, a lo largo de un tramo de huella costera que primero fue rastrillada indígena y desde fines del siglo XVIII un Camino Real que unía el pueblo de Carmen de Patagones con la Península de Valdés durante la época colonial. Actualmente, ese tramo de camino entre SAO/Las Grutas y Puerto Lobos (180 km por la costa) recibe el nombre de Camino de los Pulperos, y es donde el auge de la pulpeada tuvo lugar. Los registros orales acerca de esa época sugieren que hubo hasta 40-50 campamentos temporarios o puestos en ese tramo de la costa en un mismo momento, durante el período de mayor actividad, lo que equivale a unas 250 personas (asumiendo 5 personas por puesto).
“El acarreo se hacía diariamente. Salían 3:30 am (de SAO) con dos Mercedes, mi tío y mi papá (década de 1950-60), pasaban por (el campo) “La Bombilla” y ahí levantaban la carne. Pitín Echáves ya les tenía carneados 40-50 capones por pasada, y llevaban agua también. Pasaban por los puestos dejando víveres y levantando pulpo. Esa era la dinámica, y trayendo gente y llevando gente. Imagínate que vos tenías 50 puestos. Por camión traían entre 5 y 8 toneladas de pulpo por pasada (cantidad de pulpo que era capturada en aproximadamente dos jornadas de recolección por la gente instalada en los puestos). Las buenas pulperas te sacaban 40 kg por marea. Hubo mejores pulperas que pulperos”, señala un integrante de la familia Galdo.
“Cuando mi abuelo empieza a pescar, él vende pescado en la localidad, en la calle primero. Después se empieza a relacionar con gente de la línea (Sur), Valcheta, Jacobacci, hasta Bariloche. Entonces empieza a mandar pescado a la línea en tren hasta Bariloche en cajones con camas de alga y hielo y bolsas de arpillera mojada. Entre el 20 y el 30 empezó con la pulpeada. Mi abuelo les enseñó a usar el gancho, como se usaba en Galicia. Mi bisabuelo trajo mucho conocimiento, que se lo transfirió a mi abuelo Valentín”.
Si bien existieron otros acarreadores -de apellido Saavedra, Rimole, Ugle, Sarmiento, Díaz, Mampelli, Castellano, Lavalle, entre otros-, no duraban mucho porque la competencia con los Galdo era desigual.
“Eran acarreadores que no aguantaban mucho… porque el trayecto era grande y la mayor concesión de los pulpos la tenía Galdo. Cuando ellos entraban con un mejor precio… Galdo le levantaba el precio. Qué iban a aguantar con la espalda que tenía Galdo!” (T. Hueche, pulpero que trabajó en SAO y actualmente pulpea en Península Valdés).
Durante la temporada de pulpo, entre los meses de diciembre y marzo, familias completas de pulperos y pulperas vivían cuatro meses de corrido en la costa, en el intenso calor de la estepa arbustiva (sin sombra) y prácticamente sin fuente natural de agua dulce, sólo algún jagüel que sabían detectar al observar la vegetación de la zona. Dependían casi por completo de los víveres esenciales, de subsistencia, que les proveían los acarreadores (agua, cordero, fruta, aceite, bebida, pan).
Área de estudio. Crédito: R.G. Soria.
“Nosotros andábamos laguna tras laguna y a donde no encontrábamos agua se hacía un jagüel… ¿cómo se conocía dónde podía estar el agua más arriba y no escarbar tanto abajo?…se conocía donde había mucha jarilla verde o chilca o pichana que son los montes que buscan el agua cerca (de la superficie), la pichana con más razón… es la planta más segura que puede haber… donde sale es donde hay humedad cerca” (N. Vargas, pulpera de SAO).
Durante la temporada de pulpo, entre los meses de diciembre y marzo, familias completas de pulperos y pulperas vivían cuatro meses de corrido en la costa, en el intenso calor de la estepa arbustiva (sin sombra) y prácticamente sin fuente natural de agua dulce, sólo algún jagüel que sabían detectar al observar la vegetación de la zona.
Con destreza, las familias construían refugios llamados ramadas o enramadas con vegetación arbustiva, usando la escasa madera leñosa (de fume, chañar o molle) para la estructura, jarilla para el armazón, por sus varillas largas, y la más tupida -de olivo, pichana, chilca, neneo- para rellenar las paredes. En cada paraje donde se asentaban, usaban las especies de plantas que eran más abundantes en cada sector (en las fotos es posible distinguir que las enramadas fueron hechas con diferente vegetación).
Puesto pulpero con enramadas. En la foto se lee “Vivienda de Pulperos. S.A.O. (San Antonio Oeste). R.N. (Río Negro).” Corresponde a la zona de estudio, segunda mitad del siglo XX; se desconoce el paraje y fecha exactos. Cedida por un poblador de San Antonio Oeste.
“Las enramadas, así, nosotros hacíamos con chilca, ponele como esto (señala la altura de una pared) todo con chilca así. Chilca es una planta que es redondita… crecen en las lagunas, ahí hay mucho entonces eso era grueso, lo poníamos todo así… y ahí sí poníamos la pichana, pichana que se cría como escoba. Vos las ponías a todas aquí, le echabas agua y sabes qué fresquito que estaba?! Y con eso hacíamos el techo, y las paredes también” (T. Arriagada, pulpero, relato de cuando pulpeaban en Puerto Lobos).
Cada puesto (o campamento) tenía por lo general varias enramadas, en forma similar a las habitaciones o ambientes de una vivienda. Así, construían enramadas para dormir, enramadas “fogón” para cocinar y alimentarse, y enramadas para conservar los pulpos o camas de pulpo.
“La vivienda, era… mi papá tenía una como ésta, pero bien hechita, grande, mi hermanas tenían otra, nosotros teníamos otro, cada uno, las hermanas aparte, los papás aparte, después teníamos para comer, hacíamos fogones enramadas, se dice, toda grande así de esa pichana, después para comer hacíamos lo mismo. Y ahí pasábamos todos los años unos cuatro meses” (T. Arriagada, relato de cuando pulpeaban en Puerto Lobos).
Las camas de pulpo eran construidas con habilidad por las familias para mantener el pulpo fresco durante dos o tres días, hasta el arribo del acarreador.
“Hacíamos ramadas de unas matas que se llaman pichana bien así, bien hechita como ésta así, y abajo le dejábamos un espacio todo con aire, y adentro llevaban saranda, viste saranda con el tejido finito así, entonces traíamos bolsas nuevitas (de tela arpillera), poníamos una camada de bolsas, una camada de pulpo, una camada de bolsas, una camada de pulpo, y la íbamos mojando, así viste, los tres días, no lo destapábamos, pero siempre mojando la bolsa, siempre mojada. Con calores de treinta grados, 21 grados, y el pulpo fresquito, y blanquito. Tres días eh, pasaba el camión, pesaba, cargaba” (T. Arriagada, relato de cuando pulpeaban en Puerto Lobos).
Los relatos orales de numerosos pulperos y pulperas que trabajaron en esos años, atestiguan una vida sufrida y de mucho sacrificio. Las condiciones de vida y trabajo en la costa eran por demás precarias y se ganaba para subsistir.
“En el Pozo Juan Carlos y yo sabíamos trabajar juntos, y después él se fue para Madryn y me dejó solo. Yo seguí pulpeando acá, por ahí me veían algunos; yo me sabía venir a las dos, tres de la mañana, hasta diez horas tardaba (caminando) para llegar (desde el sitio de pulpeo al pueblo), ¿sabe lo que he sufrido? Pero le doy gracias a dios que me ha acompañado (…) Pasaba a dejar los pulpos acá al pueblo y tenía para llevar el pan para mis hijos” (B. Fidel, pulpero de SAO).
“El trabajo era ese y duraba una temporada nomás, y después había que traer plata. Antes la plata duraba más porque era más barato, pero nos alcanzaba para subsistir nomás. Nosotros después trabajábamos en la fábrica, en los mejillones, en la vieira. Nosotros no hicimos esta casa con el pulpo, lo hicimos con ayuda de un intendente” (C. Victorica, pulpera de SAO).
Las mujeres pulpeaban estando al cuidado de sus bebés y niños pequeños, y embarazadas. Algunas llegaron a parir en la costa del mar. Cándida Vargas, experta pulpera perteneciente a una familia muy numerosa de pulperos y pulperas de San Antonio Oeste y Península Valdés, nació en 1956 en una enramada en Punta Colorada, a unos 7 kilómetros al Sur de la actual localidad turística de “Playas Doradas” (en Sierra Grande, Río Negro).
“La finada Marta (Vargas) dejaba a Silvia (su beba) con una mamadera en una piedra para ganar un kilo de pulpo, ¡eso es un sufrimiento muy grande!” (T. Hueche, pulpero que trabajó en SAO y actualmente pulpea en Península Valdés).
“Mi mamá, conmigo adentro de la panza, ellos pulpeaban todo eso… Agradezco a dios porque pulpeaba en la panza de mi mamá y hoy tengo 77 años (2015), me llamo Natividad, mis hermanos, todos, se criaron también en la costa del mar, porque nosotros todos los años cuando empezaron a salir de acá del Sótano el finadito mi papá acarreaba del Molino de Sarlangue con una jardinera, se traía los pulpos al Sótano y se los entregaba a Sarmiento, al Turco Lali, y se vino acá al Sótano. ¿A mí sabes quién me crió? Un tío cieguito, que se llamaba Juan Jerez, era muy guitarrero mi tío. Él fue quien me crió a mí. Cuando mi mamá iba a la marea ella preparaba una mamadera y él me atendía, mi tío cieguito” (N. Vargas, pulpera de SAO).
Las mujeres pulpeaban estando al cuidado de sus bebés y niños pequeños, y embarazadas. Algunas llegaron a parir en la costa del mar. Cándida Vargas, experta pulpera perteneciente a una familia muy numerosa de pulperos y pulperas de San Antonio Oeste y Península Valdés, nació en 1956 en una enramada en Punta Colorada.
Sin embargo, a pesar de lo sacrificado de la pulpeada, ese momento del año era un tiempo esperado por muchos, por la falta de trabajo en San Antonio y la posibilidad de comer lo que querían comer.
“Cuando no podían pasar los gallegos (por un camino que cerraron), qué hicieron, empezaron a cargar toda la gente, porque se iba medio San Antonio. ¡Si San Antonio era chiquitito! Y ¿qué le daba vida más a San Antonio? ¡Era eso! ¡Salir a pulpear, llegar a la temporada deseando que llegara porque ahí había qué comer! Porque sabíamos que íbamos al campo y ahí probábamos el aceite, probábamos la fruta, comíamos porque le encargábamos a ellos (los acarreadores), usábamos una alpargata… era otra vida en esos tres, cuatro meses que estábamos nosotros. Después ya, a sufrir otra vez nosotros” (N. Vargas, pulpera de SAO).
Aparece la vieira en SAO
Numerosos testimonios orales de pulperos y pulperas de aquella época, y de un miembro de la familia Galdo, sugieren que la pulpeada no decayó por falta de pulpo, sino porque al aumentar la demanda externa de vieira hacia fines de la década de 1960, los Galdo adquieren barcos de 20 mts de eslora para pescar vieira tehuelche con rastra, actividad mucho más lucrativa, desatendiendo la pulpeada. En los primeros años de la pesca de vieira, los pulperos y pulperas alternaban el trabajo en el pulpo durante el verano y el trabajo por hora procesando vieira en la fábrica (planta pesquera) de Galdo durante el invierno. Algunos pulperos llegaron a embarcarse como marineros en los barcos que iban a la vieira. Los testimonios indican que el apogeo de la pulpeada duró aproximadamente hasta mediados de la década de 1960, decayendo fuertemente la intensidad del acarreo hacia 1968.
“No se terminó la pulpeada porque se terminó el pulpo. El motivo fue que ya la parte de flota había avanzado y aparece la vieira… mi familia con la vieira hizo la gran diferencia”. (Integrante de la familia Galdo).
“Se ve que el negocio que era mejor para él era la vieira porque la sacaba con rastra. Entonces ahí Galdo sacaba la vieira, sacaba el mejillón y aparentemente le iba mejor y ya empezó a aflojar, a no llevar tanta gente, ya llevaba un solo camión para la gente, ya no llegaba tan lejos, hasta el Fuerte Argentino nomás y de ahí para SAO. Aflojó como en el 65-66 que empezamos a salir todos para todos lados” (T. Hueche, pulpero). “Los riales (nombre dado a los campamentos o puestos) ya empiezan a desaparecer, los puestos ya empiezan a desaparecer todos y ya empieza a cambiar todo” (T. Hueche, pulpero).
El boom de la pesquería de vieira con rastra en SAO duró 4 años (1969-1972), período en el cual la remoción no selectiva de vieiras grandes y pequeñas, embolsada a granel y transportada a puerto, arrasando con el sustrato superficial rico en conchilla (clave para el asentamiento de nuevas larvas), provocó el colapso de la pesquería. El impacto social de este colapso en SAO fue considerable.
La disminución del acarreo de pulpo que había comenzado desde mediados de la década de 1960 provocó el desplazamiento de algunas familias de pulperos a otras ciudades, entre ellas, Puerto Madryn. Desde entonces, la pulpeada continuó practicándose en el San Matías en menor escala y con otra dinámica, más individual. Cada quien sale a pulpear por su cuenta. Quienes no cuentan con movilidad propia, son llevados por otro pulpero/a que tenga vehículo, que oficia de acarreador, cobrando a los pulperos 3 o 4 kg de pulpo por el traslado hacia y desde los sitios de recolección.
La disminución del acarreo de pulpo que había comenzado desde mediados de la década de 1960 provocó el desplazamiento de algunas familias de pulperos a otras ciudades, entre ellas, Puerto Madryn. Desde entonces, la pulpeada continuó practicándose en el Golfo San Matías en menor escala y con otra dinámica, más individual.
“Ahora cada cual… el que puede llevar lleva y el que no, va como puede… pero ya no llegan lejos. El que tiene auto sí llega y el que no, no…” (T. Hueche, pulpero).
Ya no permanecen meses en la costa (no tienen quien les provea víveres ni les reciba el pulpo en los puestos) sino que van y vienen, permaneciendo unos pocos días en campamentos temporarios. La vegetación con que construían los refugios fue reemplazada por materiales “modernos” (plástico, chapa), aunque precarios. Se estima que actualmente en SAO/Las Grutas pulpean de manera estable unas 100-120 personas (L. Storero, comunicación personal; Proyecto Illuminating Hidden Harvests 2019-2020).
“Yo me voy por dos días, en dos días traigo 36 kilos. Nosotros siempre vendemos el pulpo, tenemos clientes que pasan por acá, ya nos conocen” (M. Fidel, pulpero de SAO).
Puestos actuales de pulperos que viven en San Antonio y Las Grutas (foto de 2013). Crédito: A. Cinti.
El traslado más al sur
Cuando la pesca de vieiras con rastra colapsó en el golfo San Matías, los barcos comenzaron a operar más al sur, en el golfo San José. En aquel momento aún no se había demostrado científicamente el impacto negativo de la rastra sobre el fondo marino. Fue gracias al trabajo de un grupo de biólogos y pescadores artesanales locales que los efectos dañinos pudieron ser documentados, y un nuevo arte de pesca, mediante buceo hookah o narguile, fue desarrollado. Esta experiencia, sumada al antecedente de colapso registrado en el vecino golfo San Matías, motivó que el Gobierno Provincial decidiera prohibir la pesca con rastra en el golfo San José. Así, en 1974, se creó el Parque Marino golfo San José (Ley nº 1238/74) con el fin de prohibir formalmente la pesca con rastra (medida que perdura hasta hoy), fomentando la conservación y posibilitando el sustento de los pescadores artesanales.
Lancha marisquera actual con cajones apilados antes de ser llenados con mariscos, en el golfo San José. Un buzo está a punto de tirarse al agua (foto de 2015). Crédito: F. Marin
Mientras que en San Antonio Oeste el boom de la pesca de vieira con rastra provocó una significativa reducción del acarreo (reduciéndose el nivel de extracción de pulpo) y un impacto severo sobre los bancos de vieira y de otros mariscos y sobre el sustrato; en el golfo San José la historia fue diferente, en cierta manera opuesta. La llegada de la rastra fue el catalizador de una innovadora colaboración entre científicos y pescadores artesanales que aún perdura, promoviendo el cuidado del patrimonio ambiental, social y cultural de Península Valdés. Al prohibir la rastra se concibió una modalidad de pesca selectiva, que no daña el entorno: la marisquería por buceo. Al mismo tiempo, gracias a la protección de los bancos de mariscos más profundos y del sustrato marino en general, la zona intermareal del golfo San José fue también protegida y su regeneración natural propiciada. Ello benefició a otras modalidades de pesca artesanal como el pulpeo o la pulpeada y la recolección manual de otras especies de mariscos del intermareal.
“Acá entraban las lanchitas… con la rastra, afuera con cholga, mejillones, vieira, cargaditas eh! Lo que habrán matado ahí adentro es impresionante… Y decí que lo prohibieron, si acá no hubieran prohibido eso, acá no habría nada… parece que lo agarraron a tiempo, cortaron todo eso del arrastre” (T. Arriagada, pulpero que trabajó en Península Valdés).
La pulpeada en Península Valdés
Desde los comienzos de su actividad en Península Valdés, los pulperos y pulperas han recolectado también otros mariscos en forma manual de la franja intermareal: mejillones, cholgas, almejas, vieiras, caracoles. Por esa razón, en la Península y alrededores se les suele llamar “recolectores costeros”. Sin embargo, actualmente el recurso principal de los recolectores es el pulpo: pulpo tehuelche en verano y pulpo colorado en invierno.
Una de las primeras y más importantes zonas de actividad para la recolección de costa ha sido El Riacho San José (en adelante, El Riacho) en la costa Sur occidental del golfo San José. Allí existe un asentamiento desde la década de 1960, cuando llegaron pulperos y pulperas de SAO/Las Grutas tras la disminución de la pulpeada en sus tierras de origen, y también pescadores que vivían en Puerto Madryn y de a poco aprendieron a extraer pulpos y otros mariscos. Aunque con altibajos, el asentamiento de El Riacho se ha mantenido hasta el presente y es reconocido como “asentamiento de uso permanente” para la realización de actividades pesqueras en el Plan de Manejo del Área Natural Protegida Península Valdés, aprobado en 2001. Actualmente pulpean en el golfo San José unas 10-15 familias (cerca de 30 personas) con cierta regularidad, incluyendo las que salen desde El Riacho y otro sitios como Playa Larralde. Algunos miembros de estas familias pulpean ocasionalmente en el golfo Nuevo. Tanto en SAO/Las Grutas como en Península Valdés, la pulpeada es una actividad estacional y complementaria a otras fuentes de ingresos.
Lo rudimentario de las herramientas y la riqueza de las relaciones con el ambiente
Algunas de las zonas de pulpeo más rendidoras están a varias horas de caminata del asentamiento de El Riacho. En primer lugar, los pulperos y pulperas se acercan a su destino desplazándose por la costa (a veces con la ayuda de bicicletas, areneros o cuatriciclos). Algunos pernoctan en enramadas o carpas a unos 10-15 kilómetros de distancia de El Riacho.
Puesto temporario en el golfo San José (foto de 2017). De izquierda a derecha: T. Hueche, C. Hueche, J.C. Vargas. Crédito: A. Cinti.
Luego, «entran a la marea»: caminan mar adentro, atravesando la zona intermareal que queda descubierta en bajamar. Allí sus pies se hunden en la arena y solo la experiencia les permite evitar las zonas fangosas para no quedarse atrapados. Las botas de goma protegen del agua fría pero no facilitan el andar que resulta agotador.
Para atrapar los pulpos, los pulperos y pulperas utilizan herramientas tan sencillas como baldes de plástico reciclados, ganchos metálicos y bolsas plásticas de las que se usan para embolsar papas. Los pulperos fabrican los ganchos y dan a la punta una curvatura específica que aumenta la eficacia de la recolección. Por lo general llevan dos o tres ganchos de distinto largo y curvatura de punta, para facilitar la captura de pulpos de distinto tamaño. El mango del gancho está hecho de varios materiales (goma, plástico, resina o masilla), todos reciclados.
Ganchos para pulpeo (foto de 2016). Crédito: F. Marin.
La experiencia hace que los pulperos se orienten en las restingas hasta llegar a las zonas donde suele refugiarse el pulpo. Allí, disminuyen la marcha y observan la restinga en busca de señales que indiquen la presencia del pulpo (restos de almejas, mejillines o cangrejos, piedritas, algas).
“El pulpo en los diferentes lugares tiene su forma de comer. Yo te digo porque viste que nosotros hemos pulpeado toda la vida… El pulpo en San Antonio, en La Bañadera (paraje), te come cangrejo. Tenés otra playita más allá, donde capaz que te come más mejilloncito. Vos vas, ves mejilloncito, seguro que hay un pulpo. Y acá en el Riacho te hace lo mismo, ¿te has dado cuenta? En el Riacho te hace lo mismo porque acá vos te vas en la restinga, el pulpo se tapa con almejas. Come las almejas, blanquea las almejas. Y vos vas del otro lado, te come cangrejo y sí, ¿no viste que se tapa todo con piedrita? Sí, el pulpo grande (Colorado) del otro lado te come cangrejo. Vos vas y en las cuevas grandes están los cangrejos… En otro lado, el pulpo tiene la cueva donde está la alguita roja” (T. Hueche, pulpero, en http://valdesfishing.abdn.ac.uk/#Mappa-Especies).
Un pulpo tehuelche escondido en la restinga se tapa con canto rodado y una cáscara de almeja. El gancho de un pulpero lo saca de la cueva (foto de 2016). Crédito: A. Cinti.
Cuando finalmente se encuentran frente a una cueva, meten el gancho para extraer el pulpo. Si la punta del gancho revela que hay algo blando dentro de la cueva, con una rápida rotación de la muñeca y un tirón de la mano, enganchan el pulpo y lo sacan. Si el pulpo está muy pegado a las rocas, esperan a que “camine” para pegar el tirón, para no desgarrarlo. Un buen pulpero raramente mete el gancho inútilmente, “con mirar nomás”, dicen como si fuera simple, “sabemos dónde meter el gancho, no lo vamos a meter en todos lados” (J.C. Vargas, pulpero que trabajó en SAO y actualmente pulpea en Península Valdés, http://valdesfishing.abdn.ac.uk/#Mappa-Especies).
El secreto de los pulperos y pulperas es detectar dónde están los “manchones” (sectores) con mucho pulpo, y dónde, por el contrario, no hay cuevas o no hay comida para los pulpos. Caminando en una dirección difícil de descifrar para quien no conozca a fondo la zona intermareal, los pulperos y pulperas pasan los últimos momentos de la marea bajante, la estoa y los primeros momentos de la marea subiente, buscando, atrapando pulpos y llenando de a poquito los baldes. Cuando la marea empieza a tapar nuevamente el intermareal, emprenden el regreso, a un ritmo que depende de la distancia recorrida, la intensidad y dirección del viento y las dificultades del terreno que deben atravesar. Detrás de ellos/ellas, dejan el intermareal como lo han encontrado, sin perturbar ese hábitat idóneo para la vida de los pulpos. Los pulperos y pulperas tienen mucho cuidado de no modificar ese ambiente.
“El pulpo tiene su hábitat en la piedra. Si vos se la dejás como corresponde y no rompés nada, el pulpo vuelve. Al otro día el pulpo chiquito está de vuelta. Pero donde le rompiste todo no vuelve más. Y eso te lo va a decir cualquiera que pulpea, que sabe pulpear” (T. Hueche, pulpero, en http://valdesfishing.abdn.ac.uk/#Mappa-Especies). Todos estos conocimientos no son teóricos y generales, sino que surgen de la práctica y sirven para mejorarla, para saber afinar la mirada y la capacidad de orientarse en un territorio muy extenso.
Custodios –ignorados- del medio ambiente
Los golfos norpatagónicos conforman una región de inmenso valor paisajístico y natural, muy apreciado por amantes y estudiosos de la naturaleza, por la presencia de extensas colonias de aves y mamíferos marinos (ballena franca austral, delfines, orcas, lobos y elefantes marinos), entre los valores de conservación más difundidos. Su conservación ha sido promovida por los gobiernos provinciales, municipales y nacional, a través de la creación de áreas protegidas y la obtención de importantes denominaciones (sellos) internacionales: en el golfo San Matías, el Área Natural Protegida Complejo Islote Lobos (desde 1977) (próximo a convertirse en Parque Nacional) y la Reserva Natural Bahía de San Antonio (desde 1993); en el golfo San José (y Península Valdés), la Declaración de Patrimonio Natural de la Humanidad (desde 1999), el Área Natural Protegida Península Valdés (creada en 2001 pero incorporó el Parque Marino golfo San José creado en 1974 y las Reservas de Fauna preexistentes creadas en los 60), Sitio Ramsar (desde 2012) y Reserva de la Biósfera de Valdés (desde 2014). Más allá de la existencia de estas denominaciones que han llevado a una creciente notoriedad internacional y a un flujo cada vez mayor de visitantes (con consecuencias negativas para el medio ambiente en algunos casos), las regulaciones existentes en materia de conservación y pesca han sido, por lo general, escasamente implementadas.
Resalta, entre ellas, la falta de aplicación de las regulaciones que debieran garantizar el acceso de los pescadores artesanales a la zona costera para poder pescar y pulpear. Los planes de manejo de las áreas protegidas mencionadas, las regulaciones en materia de pesca artesanal en ambas provincias, e incluso lineamientos internacionales de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO 2018), ordenan garantizar el derecho de los pescadores artesanales a acceder a sus lugares de trabajo (incluyendo zonas de restinga, playas, mar y sus recursos). La servidumbre de paso a través de una propiedad privada para acceder a las zonas de pesca es un derecho de las personas que realizan actividades pesqueras artesanales autorizadas (ver por ejemplo, Art 6 de la Ley de Pesca Artesanal de Chubut). Sin embargo, los cierres de caminos de acceso a la costa por parte de propietarios de campo se han ido incrementando con el pasar de las décadas y hoy persisten. Asimismo, en algunas áreas protegidas (por ejemplo, en Península Valdés) los gobiernos provinciales y municipales restringen cada cierto tiempo el acceso a algunas playas ecológicamente más sensibles, aplicando cierres totales. Si bien el propósito de estos cierres ha sido evitar el impacto negativo de un gran número de turistas, el cierre total niega también el acceso a los pescadores artesanales. Por otra parte, si bien los caminos principales suelen ser mantenidos en buen estado por los organismos estatales a cargo, el mantenimiento de los caminos secundarios de acceso a las playas, que son los que usan los pescadores, suele ser insuficiente. Todas estas acciones, que vulneran derechos fundamentales del sector pesquero artesanal y han limitado su desarrollo históricamente, anulan la posibilidad de que los pescadores asuman el rol de custodios del ambiente, aportando su conocimiento y presencia en la costa.
Alambrado colocado por un propietario de campo; atraviesa parte del intermareal e impide el paso de pulperos/as a su zona de recolección en el Complejo Islote Lobos, golfo San Matías (foto de 2016). Crédito A. Cinti
La servidumbre de paso a través de una propiedad privada para acceder a las zonas de pesca es un derecho de las personas que realizan actividades pesqueras artesanales autorizadas. Sin embargo, los cierres de caminos de acceso a la costa por parte de propietarios de campo se han ido incrementando con el pasar de las décadas y hoy persisten.
Como hemos señalado, los comienzos del cuidado ambiental en la zona que hemos detallado se vinculan fuertemente con la historia de la pesca artesanal. Se entrelazan con la prohibición de la rastra y el surgimiento de prácticas selectivas, y con el cuidado silencioso, no reconocido, que pulperos y pulperas hacen del intermareal desde comienzos del siglo pasado. Saber pulpear es saber cuidar el recurso y su hábitat. Sin embargo, la importancia y visibilidad que se le da desde los organismos estatales a la promoción turística de las áreas protegidas –con fines económicos- contrastan fuertemente con la invisibilidad de la pesca artesanal –como la pulpeada- que contribuye, y puede contribuir de manera mucho más significativa, a la conservación del ambiente natural.
En ambos golfos, San Matías y San José, la pulpeada sigue dando sustento a numerosas familias y es acervo de saberes y tradiciones que los pulperos desean mantener y transmitir. Las condiciones en que se realiza la actividad son aún precarias, a pesar de sus décadas de historia. Es hora de actuar.
“Nosotros lo que queremos es que la actividad nuestra no se pierda y que podamos recuperar y continuar con la actividad. Hoy si hay caminos cerrados nosotros tenemos que poner fuerza para que los caminos se vuelvan a abrir, porque esta actividad tiene un valor muy grande, y nosotros tenemos que darle valor a nuestro trabajo porque esto es un sacrificio, lo hicieron nuestros padres… Nuestro camino ha dejado huellas y la herencia de nuestros hijos que han aprendido a pulpear, ellos tienen su trabajo pero en el verano van a la pulpeada. Por eso nosotros no podemos cortarla y hay que seguir adelante” (T. Hueche, pulpero).
* Ana Cinti: Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR), CONICET. Francesca Marin: doctorada en Antropología Social.
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Bocco G., Cinti A., Vezub J., Sánchez-Carnero N., y M. Chávez. 2019. Lugar y sentido de lugar en un camino de la costa atlántica patagónica, 1950-1970. Revista Región y Sociedad/año 31/e1127. https://doi.org/10.22198/rys2019/31/1127.
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Fuente: La Nación Trabajadora